Creo que por más que vuelva a
Marruecos continuaré sorprendiéndome y maravillándome. Es un país que posee multitud de contrastes y no me refiero sólo a sus colores y aromas. Puedes sumergirte en las arenas del desierto o en las bravas aguas del Atlántico, pasear por el bosque de cedros más espeso que hayas podido imaginar o en medio de cultivos de cítricos y hortalizas como si nada.
Pero no acaba ahí la cosa. Aunque la apertura de
Mohammed VI hacia un sistema más democrático está confirmada aún le queda mucho por mejorar. Las desigualdades sociales, sobre todo en zonas rurales son visibles y grandes. La administración es lenta y poco eficiente. Así lo pudimos constatar con los trámites de entrada y salida del país. Mucha gente, poco que hacer y para ocuparse todos tienen procedimientos muy segmentados y compartimentados. Por supuesto siempre tienes a tu alcance por unos pocos dirhams a alguien que te puede acelerar el proceso. De la misma manera que por unos 100 dirham un policía puede olvidarse de una infracción de tráfico que dice que has cometido. Vamos que transparencia no es que haya mucha.
Esta vez he podido asistir a iniciativas interesantes como la que estaba llevando a cabo
Itran en Erfoud, dónde un grupo de educadores estaba realizando a cabo un casal infantil. Es todo un espectáculo ver la cara de esos niños. Para ellos ha tenido que ser toda una experiencia.
Todos los rumores sobre el
Rif quedaron confirmados al pasar por
Ketama. Las plantaciones de
marihuana a pie de carretera y la oferta de piezas importantes de
hachis sin ningún pudor desvelan la principal actividad económica de la zona. Sin embargo rincones con mucho encanto han engrosado mi lista de sitios a recordar como
Chefchaouen. Sus colores blancos y azules invaden las pupilas y te hipnotizan.
Por otro lado la oportunidad única que la familia BenHassan nos brindó en
Biougra no tiene precio. Convivir con ellos tres días durante la boda de uno de sus miembros ha sido de lo mejor del viaje. La visita al hamman, los preparativos, la impaciencia de los niños por la fiesta y ver de primera mano costumbres vetadas normalmente a los no lugareños nos han hecho unos viajeros privilegiados.
También nos hemos encontrado con una occidentalización total en
Agadir y si al principio del viaje en
Oued-Laoud al pie del Mediterraneo me recordó a
Playafels, Agadir ha sido como llegar a
Sitges. Playas, restaurantes, bares, tiendas y todo lo que un europeo pueda necesitar para no tener la sensación de estar en pleno continente africano.
Pudimos hablar con representantes del
USFP (Unión Socialista de Fuerzas Populares), partido que gobierna en la municipalidad de
Biougra y cambiar puntos de vista. También contactamos con
nostálgicos de la época de ocupación española en Sidi Ifni que nos recordaron que por aquel entonces vivían mucho mejor que ahora. Como en todos los sitios tiene que haber de todo.
En fin, han sido 7.500 kilómetros y 21 días de viaje que han acabado de marcar a
Marruecos en muchos aspectos como un país que se encuentra unos cuarenta años por detrás nuestro en desarrollo económico pero con un potencial impresionante en todos los aspectos.
Etiquetas: marruecos, viajes